Las hepatitis virales son las más frecuentes y pueden deberse a distintos tipos de virus. Por un lado están los llamados “virus de las hepatitis” que se rotulan con las primeras letras del abecedario (de la A a la E) y que serán analizados en otra sección. Una vez que ingresan al organismo, estos virus se alojan y multiplican en el hígado adonde producen lesiones que pueden ser severas. Por otro lado, existe un gran número de virus que infectan y dañan otros órganos o tejidos, y solo “tocan al hígado” como parte de un cuadro general caracterizado por fiebre persistente, angina, erupción de la piel o inflamación de los ganglios. Este grupo de enfermedades que incluye a la mononucleosis infecciosa, la fiebre amarilla, el dengue y los cuadros gripales por los virus de influenza producen hepatitis leves que suelen pasar desapercibidas, salvo que se solicite un hepatograma.
Las hepatitis virales pueden presentar distintas formas clínicas y severidad muy variable de individuo a individuo. A modo de ejemplo, tres personas que se infectan con el mismo virus pueden tener un curso clínico muy diferente: una puede resolver la infección sin presentar ningún síntoma, otra puede desarrollar una forma grave o fatal (hepatitis fulminante) y la tercera puede evolucionar a una hepatitis crónica. Cuando un virus se localiza en el hígado, el sistema inmune del paciente (sus defensas) lo identifica como un “invasor” y lo ataca con el objeto de eliminarlo. El hígado se llena entonces de células inflamatorias, que no son otra cosa que la reacción o defensa del organismo (respuesta inmune) frente al virus (Figura 1). Como estos virus se localizan y multiplican dentro de los hepatocitos (que tienen un alto contenido de transaminasas: TGO y TGP), para eliminarlos hay que eliminar también a la célula que los alberga. La destrucción de los hepatocitos infectados (muerte celular), con el consiguiente pasaje de su contenido a la sangre, permite hacer el diagnóstico clínico de hepatitis por el hallazgo de valores elevados de TGO y TGP en el hepatograma (ver artículo sobre diagnóstico). Al examinar una biopsia hepática en el microscopio, el diagnóstico de hepatitis se basa en la presencia de inflamación (Figura 1) y de muerte celular (Figura 2). La severidad y la evolución de las hepatitis dependerán mayormente de la interacción entre el virus que quiere sobrevivir y multiplicarse y el sistema inmune del individuo, que quiere eliminarlo. En esta particular lucha, cuando “gana el virus” se producirán formas graves o crónicas de hepatitis, mientras que si “gana el huésped” la infección se resolverá sin ninguna secuela.
A las pocas semanas de ingresar el virus (período de incubación) se produce la primera manifestación de daño hepático que llamamos hepatitis aguda. En muchos casos el paciente con hepatitis aguda no presenta síntoma alguno o refiere solamente un ligero cansancio que no llama la atención y que se resuelve rápidamente. El mejor ejemplo son los niños, que suelen cursar una hepatitis aguda “jugando al futbol”. Por lo tanto, “es la regla más que la excepción” que las hepatitis agudas pasen completamente desapercibidas y no diagnosticadas. Años o décadas después, análisis de laboratorio pueden demostrar que un individuo estuvo expuesto al virus (hepatitis curada) o que aún tiene la infección (hepatitis crónica), sin recordar ningún episodio agudo o el haber estado enfermo. En Argentina, a los 40 años de edad alrededor del 80% de las personas tienen evidencias de haber estado infectadas por el virus de la hepatitis A. Sin embargo, la enorme mayoría de ellas dirán: “Yonunca tuve hepatitis” cuando en realidad la tuvieron pero pasó desapercibida. Lo mismo ocurre frecuentemente con los pacientes a los que se les diagnostica una hepatitis crónica por el virus de la hepatitis B o C. En la mayoría de ellos, tanto la infección inicial (hepatitis aguda), como la progresión del daño hepático transcurrieron en total silencio durante años o décadas.
El síntoma capital y más orientador para el diagnóstico de las hepatitis agudas es ponerse amarillo (ictericia) debido a la retención de la bilis, que es un pigmento de color amarillo oscuro. Al llegar poca bilis al intestino, se aclara el color de la materia fecal y al eliminarse la bilis por los riñones, la orina adquiere el típico color “Coca Cola”. Frecuentemente la ictericia está precedida por un “cuadro gripal” inespecífico caracterizado por cansancio, a veces intenso, pérdida de apetito, trastornos digestivos y náuseas o vómitos.
El hígado tiene una gran capacidad de reparar en forma completa el daño provocado por diferentes causas (virus, alcohol, fármacos, etc), lo que médicamente llamamos regeneración. En las hepatitis agudas, existe un balance armónico entre la destrucción continua de los hepatocitos infectados (muerte celular) y la reposición de un número similar de células nuevas y sanas (regeneración). Por lo tanto, en la gran mayoría de los casos la enfermedad se resuelve por completo en pocas semanas y sin dejar ninguna secuela. Existen sin embargo dos evoluciones desfavorables. La primera es desarrollar una forma fulminante de hepatitis aguda. Esta grave enfermedad se debe a la destrucción de la mayoría del hígado en un corto período de tiempo y que sobrepasa la capacidad máxima de regeneración. Al “quedarse sin hígado”, los pacientes con hepatitis fulminante desarrollan trastornos de la conciencia (coma hepático) y tienen un elevado riesgo de muerte, salvo que puedan acceder a un trasplante de emergencia. La segunda evolución desfavorable de una hepatitis aguda es el desarrollo de una hepatitis crónica, que resulta de la incapacidad del sistema inmune para resolver la infección viral. A su vez, una proporción no despreciable de los pacientes con hepatitis crónica evolucionan a la cirrosis hepática, condición que favorece el desarrollo de un cáncer hepático. Ambas enfermedades son indicaciones frecuentes de trasplante hepático
La hepatitis viral aguda no tiene ningún tratamiento específico. La enfermedad se resuelve cuando el sistema inmune elimina al virus que la produce y, en esa delicada interacción no existen medidas generales de tratamiento que sean de reconocida utilidad. El beneficio de la llamada dieta hepatoprotectora y del reposo obligado en cama, son mitos y leyendas sin ningún sustento científico. ¿Qué hay que hacer entonces? El reposo lo manda el paciente, de acuerdo a cómo se sienta. Respecto a la dieta, es aconsejable evitar las comidas de alto contenido graso, ya que requieren la presencia de bilis en el intestino para su adecuada digestión, y por supuesto evitar también la ingesta de alcohol. Desarrollar una forma grave de hepatitis aguda o una hepatitis crónica no guarda ninguna relación con la dieta, el reposo u otras medidas supuestamente beneficiosas en base al concepto popular